En el corazón de Minas Gerais, Brasil, se encuentra Santa Vitória, un municipio que no solo se caracteriza por su exuberante naturaleza y rica cultura, sino también por las historias de sus habitantes, quienes con su labor diaria y su convivencia pacífica han moldeado el destino de esta comunidad. Uno de esos personajes emblemáticos fue Teodoro Pedro da Silva, cuya vida y obra dejaron una huella imborrable en el desarrollo y el espíritu de este lugar.
Nacido el 29 de noviembre de 1884 en Tijuco, Teodoro creció entre las verdes praderas de Campo Alegre y Barreiro. Desde joven, mostró una inclinación natural hacia la ganadería, actividad que no solo lo mantendría a él y a su familia, sino que también sería el pilar de su contribución al crecimiento de Santa Vitória. En 1902, decidido a buscar mejores horizontes, Teodoro se trasladó a lo que hoy conocemos como Santa Vitória, llevando consigo no solo sus sueños sino también una visión de comunidad y cooperación.
Su matrimonio con Querozina Queiroz fue más que una unión familiar; fue el inicio de una alianza que fortalecería los cimientos de Santa Vitória. Querozina, hija de Maria Romana de Queiroz, quien generosamente cedió terrenos clave para la fundación del pueblo, fue compañera y co-pionera junto a Teodoro en esta aventura de vida y crecimiento comunitario.
Teodoro y Querozina tuvieron varios hijos, y cada uno de ellos fue testigo y partícipe del esfuerzo y la dedicación de su padre. La vida no estuvo exenta de desafíos para Teodoro, especialmente tras la prematura muerte de Querozina. Sin embargo, su resiliente espíritu y profundo amor por su familia lo guiaron a través de estas pruebas, forjando en él y en sus hijos valores de equidad, respeto y cariño.
En 1924, Teodoro encontró nuevamente el amor en Maria Silvéria de Lima, con quien expandió aún más su gran familia. Jerônimo Teodoro, uno de los hijos de este segundo matrimonio, continuó el legado de su padre, llegando a ser alcalde de Santa Vitória y contribuyendo significativamente al desarrollo del municipio, aunque su prometedora carrera se vio truncada por un trágico accidente.
Lo que distinguió a Teodoro no fue solo su capacidad de liderazgo o su éxito como ganadero; fue su innata habilidad para vivir una vida de arduo trabajo y profunda paz. Esta combinación no solo cultivó un ambiente familiar armónico, sino que también estableció un modelo de convivencia que permeó en toda Santa Vitória. Su liderazgo no se basó en la autoridad, sino en el ejemplo, y su legado no se mide en términos materiales, sino en el respeto y la armonía que instauró en su comunidad.
En 1969, Teodoro hizo algo que muchos podrían considerar impensable: distribuyó sus bienes entre sus 19 hijos vivos sin enfrentar oposición o desacuerdos. Este acto de equidad y justicia refleja la confianza y el amor que sus hijos tenían hacia él y entre ellos, un testimonio del poder de una vida dedicada al trabajo pacífico y al trato justo.
Teodoro Pedro da Silva falleció el 23 de enero de 1981 a los 96 años. Su partida marcó el fin de una era, pero el inicio de un legado perdurable. Santa Vitória no solo recuerda a Teodoro como uno de sus fundadores, sino como un visionario que demostró cómo la convivencia pacífica y el trabajo diligente no son solo ideales loables, sino prácticas tangibles que pueden llevar a una comunidad al florecimiento y al desarrollo equitativo.
Su historia es un recordatorio poderoso de que en la simplicidad de la vida cotidiana y en la paz de las relaciones humanas radican las semillas del progreso y la transformación social. Teodoro Pedro da Silva, más que un hombre, se convirtió en un símbolo de lo que todos aspiramos a ser: forjadores de paz, progreso y prosperidad.
Por Elena Mejía Machado